Colón y Frémont: la política selectiva de la memoria y la hipocresía estadounidense

En 2018, la ciudad de Los Ángeles decidió retirar la estatua de Cristóbal Colón de Grand Park. Los argumentos esgrimidos por las autoridades locales argumentaban que era un “acto de justicia restauradora” destinado a cuestionar la “romantización de la expansión imperial europea” y reconocer el sufrimiento histórico de los pueblos indígenas. Algunos concejales llegaron incluso a afirmar -en un ejemplo de estulticia pública- que Colón puso en marcha “el mayor genocidio de la historia”, y la eliminación de su monumento se justificó como un gesto simbólico para reparar una narrativa oficial que blanqueaba la violencia colonial. En este mismo proceso de estulticia colectiva, la ciudad sustituyó la celebración del “Día de Colón” por el “Día de los Pueblos Indígenas”.

Pero mientras Colón era objeto de críticas, revisionismos y finalmente retirada, otro personaje histórico cuya huella en California está directamente vinculada a episodios de violencia extrema contra comunidades indígenas -incluyendo mujeres y niños indefensos- jamás ha sufrido un escrutinio parecido: John C. Frémont. Explorador, militar y político estadounidense, Frémont no sólo participó en la conquista de California, sino que lideró expediciones que cometieron matanzas documentadas, como la del río Sacramento (abril de 1846), Sutter Buttes (junio de 1846) y ataques en la región del lago Klamath. Las fuentes coinciden en que él y sus fuerzas participaron en la muerte de centenares de indígenas californianos, incluyendo mujeres y niños, afirmando el conocido lema estadounidense de "el mejor indio es el indio muerto".

Lo relevante aquí no es comparar quién es “peor”, sino poner de manifiesto un contraste profundo: mientras Colón es retirado de la escena pública, Frémont sigue siendo honrado en monumentos, montañas, parques estatales, ciudades, condados y memoriales a lo largo de Estados Unidos. Fremont, California —una ciudad de más de 200.000 habitantes— lleva orgullosamente su nombre. También lo hacen el Fremont Peak State Park, condados en Colorado y Wyoming, escuelas, calles, estatuas y placas conmemorativas. En 2020, mientras numerosas estatuas de figuras coloniales o confederadas eran derribadas, la mayoría de los homenajes a Frémont permanecieron intactos. La contradicción es evidente: si el criterio para retirar monumentos es la relación histórica de un personaje con el supuesto sufrimiento de los pueblos indígenas, la figura de Frémont debería ser objeto del mismo debate crítico. Incluso, con más motivo, ya que Cristóbal Colón no asesinó a ningún indio en California, mientras que Frémont sí. Sin embargo, nada de eso ha sucedido. ¿Por qué? La respuesta tiene que ver con la geopolítica de la memoria. Colón es un símbolo extranjero, un personaje “ajeno”, llegado desde fuera. Es decir, Los Ángeles escenificaron un ejemplo claro de pura xenofobia. Mientras que Frémont, por el contrario, es un producto interno de USA, es "uno de los nuestros", forma parte de la narrativa fundacional estadounidense, explorador heroico en los relatos escolares, senador, candidato presidencial y militar durante la expansión hacia el Oeste. Aplicó la política genocida del gobierno USA: el mejor indio es el indio muerto, y por eso es un héroe para los useños. En otras palabras, Colón representa un pasado atribuible a otros; Frémont forma parte del pasado propio, y del genocidio que dio lugar a USA. Las sociedades, como los individuos, suelen ser mucho más indulgentes al juzgar sus propios pecados que los ajenos.

El discurso político que justificó la retirada de la estatua de Colón apelaba a valores universales: respeto a los pueblos indígenas, memoria histórica, rechazo a la violencia colonial. Pero si estos principios fueran aplicados con coherencia, el espacio público estadounidense estaría repleto de debates no sólo sobre Colón, sino también sobre figuras como Frémont, Kit Carson, Andrew Jackson o incluso algunos padres fundadores involucrados en políticas de desplazamiento forzado de nativos o del uso de esclavos para enriquecerse. La selección de quién merece un juicio y quién recibe indulgencia revela que la memoria histórica no es un ejercicio ético; es un ejercicio de identidad nacional o de política interesada.

La iconoclasia selectiva también responde a razones políticas contemporáneas. En ciudades como Los Ángeles, de tradición progresista y con una identidad definida en oposición al “viejo colonialismo europeo”, es fácil movilizar consenso contra Colón. En cambio, cuestionar a figuras asociadas a la narrativa nacional estadounidense implica tocar nervios más sensibles. Retirar un monumento a Colón no amenaza ninguna identidad local profunda; revisar los homenajes a Frémont podría interpretarse como cuestionar los propios cimientos del Estado de California y la épica de la conquista del Oeste. Es decir, supone recordar a sus ciudadanos, que si existen, es debido al genocidio sistemático y organizado por su gobierno.

Este doble rasero produce el efecto que muchos críticos han señalado: se condena la violencia colonial cuando proviene de europeos, mientras se relativiza o se suaviza o directamente se olvida cuando forma parte de la historia estadounidense. Así, Colón es convertido en símbolo de opresión pero simultáneamente se mantiene un silencio casi absoluto en torno a las masacres del siglo XIX cometidas bajo estandartes estadounidenses.

La memoria histórica, por tanto, no es una herramienta para revisar el pasado, es un instrumento político de manipulación social, donde los que mandan deciden quien es el bueno y quien el malo de la película, de su película. En ese uso instrumental, Colón puede ser sacrificado sin gran coste simbólico, mientras que Frémont es preservado porque representa la esencia genocida de la formación de USA.

Ante esta incoherencia moral, y la comprensión de que la memoria pública debe basarse en criterios éticos uniformes, no en identidades políticas contemporáneas o en conveniencias nacionales. Si el objetivo es reconocer la violencia histórica contra los pueblos indígenas, entonces la conversación debe incluir tanto al navegante genovés como al explorador estadounidense (y a muchos otros useños).