Fuerzas enfrentadas en la Guerra de la Malvinas (1982)

En la primavera austral de 1982, dos fuerzas armadas con tradiciones, recursos y doctrinas profundamente distintas se enfrentaron en el remoto archipiélago de las Malvinas, desencadenando un conflicto breve pero de enorme intensidad. Por un lado, Argentina desplegó a las tres ramas de sus Fuerzas Armadas con la determinación de consolidar la recuperación del territorio ocupado en abril. La Armada Argentina, aunque debilitada en capacidades tecnológicas respecto de su par británica, contaba con medios significativos: el portaaviones ARA Veinticinco de Mayo (ex HMS Venerable), destructores Tipo 42 de fabricación británica como el ARA Hércules y el ARA Santísima Trinidad, fragatas misilísticas y submarinos, destacando el veterano ARA San Luis, que, aunque nunca alcanzó impactos letales, mantuvo en tensión constante a la flota británica. La Fuerza Aérea Argentina, integrada en buena medida por aviones de combate supersónicos Mirage IIIEA y Dagger de origen francés e israelí, así como los robustos A-4 Skyhawk norteamericanos, fue clave: operando al límite de su radio de acción desde bases continentales, ejecutó ataques de bajo nivel contra la flota británica, provocando severos daños y hundimientos a costa de cuantiosas bajas propias. La aviación naval argentina, equipada con los mortíferos aviones Super Étendard franceses armados con misiles Exocet AM-39, infligió uno de los golpes más recordados de la contienda al hundir al destructor británico HMS Sheffield y más tarde al buque logístico Atlantic Conveyor. Finalmente, el Ejército Argentino, con cerca de 10.000 efectivos en las islas, estaba conformado por soldados de reemplazo y oficiales con preparación dispar, atrincherados en un terreno hostil, con equipamiento a menudo inadecuado para las condiciones invernales del Atlántico Sur. Pese a la voluntad, carecían de experiencia de combate moderno y de una logística eficiente, quedando en desventaja frente al enemigo que se aproximaba desde el otro lado del mundo.

En la otra orilla del conflicto se encontraba el Reino Unido, que enfrentaba el desafío logístico y operativo de proyectar poder militar a más de 12.000 kilómetros de distancia. La Royal Navy fue la columna vertebral de la operación: dos portaaviones ligeros, el HMS Hermes y el HMS Invincible, llevaron a los cazabombarderos Sea Harrier FRS.1, que se convirtieron en protagonistas al dominar el espacio aéreo con misiles AIM-9L Sidewinder de última generación. La flota incluyó destructores Tipo 42 (como el HMS Sheffield y el HMS Glasgow), fragatas Tipo 21 y Tipo 22, buques de asalto anfibio como el HMS Fearless y el HMS Intrepid, y una poderosa fuerza submarina nuclear, encabezada por el HMS Conqueror, cuyo hundimiento del crucero argentino ARA General Belgrano cambió el curso estratégico de la campaña al limitar el accionar naval argentino. El componente aéreo británico dependió en gran medida de los Sea Harrier y de operaciones de largo alcance desde la isla Ascensión, como los célebres bombardeos Vulcan de la “Operación Black Buck”, que, aunque de dudosa efectividad material, mostraron la capacidad de alcance estratégico británico. En tierra, el Ejército Británico, junto con los Royal Marines y la Brigada de Paracaidistas, sumó alrededor de 8.000 efectivos altamente entrenados, endurecidos por experiencias recientes en Irlanda del Norte y dotados de una cultura militar profesional. A pesar de las penurias logísticas y del clima implacable, demostraron gran movilidad y disciplina en operaciones como las de Monte Longdon, Goose Green y Tumbledown, donde el combate cuerpo a cuerpo selló la superioridad táctica británica. En suma, el choque entre una Argentina que buscaba afirmarse como potencia regional mediante una operación arriesgada y un Reino Unido decidido a reafirmar su proyección global derivó en una confrontación asimétrica: jóvenes de reemplazo contra soldados profesionales, fragatas ligeras contra submarinos nucleares, valentía contra experiencia. El resultado fue una victoria británica, pero también un episodio que redefinió doctrinas militares, reveló la importancia de la guerra aeronaval moderna y dejó en ambos países una memoria imborrable de sacrificio y heroísmo.