Dos obras literarias fundamentales del siglo XIX

De la lectura del ensayo de Juan Soto Ivars "La casa del ahorcado" extraemos dos libros fundamentales para entender los límites que deberían tener la ciencia y cualquier forma de explotación entre los hombres. Según Juan Soto Ivars serían:

Frankenstein o el moderno Prometeo – Mary Shelley (1818)

La novela “Frankenstein o el moderno Prometeo”, escrita por Mary Shelley cuando apenas tenía diecinueve años, narra la trágica historia del joven científico Víctor Frankenstein, quien, movido por una ambición desmedida de conocimiento, logra dar vida a un ser formado con restos humanos. Sin embargo, al contemplar su creación —de aspecto monstruoso y espíritu sensible—, la rechaza horrorizado, desencadenando una cadena de sufrimiento y venganza. La criatura, abandonada y sola, busca comprensión y amor, pero al ser rechazada por todos, se convierte en instrumento del dolor que la engendró. A través de esta historia, Shelley reflexiona sobre los límites de la ciencia, la responsabilidad moral del creador y el anhelo humano de trascender la muerte. La novela combina elementos góticos y románticos, explorando temas como la soledad, el poder del conocimiento y la deshumanización causada por la falta de empatía. “Frankenstein” es, más allá de su aspecto terrorífico, una profunda meditación sobre la condición humana, donde el verdadero monstruo no es la criatura, sino la incapacidad del hombre para asumir las consecuencias de sus actos.

El corazón de las tinieblas – Joseph Conrad (1899)

En “El corazón de las tinieblas”, Joseph Conrad relata el viaje del marinero Marlow por el río Congo en busca de Kurtz, un enigmático agente comercial de una compañía colonial que ha caído bajo la influencia corruptora del poder y del aislamiento. A medida que Marlow se adentra en la selva africana, se sumerge también en una exploración simbólica del alma humana, donde la civilización europea revela su propio salvajismo. Conrad utiliza el viaje físico como metáfora del descenso a las sombras de la mente y la moral, denunciando el imperialismo y la hipocresía del progreso occidental. La obra, escrita con un lenguaje denso y evocador, plantea una visión ambigua del ser humano: en el corazón de las tinieblas externas —la selva, lo desconocido— late una oscuridad interior aún más profunda. Kurtz, que pronuncia la célebre frase “¡El horror! ¡El horror!”, encarna el colapso de la razón y de los ideales civilizados ante la brutalidad del instinto. Con su estilo simbólico y su estructura enmarcada, Conrad crea una obra fundamental del modernismo literario, donde el viaje se transforma en una inquietante reflexión sobre la corrupción, el poder y la fragilidad moral del hombre.

Dos obras fundamentales del S.XIX, llevadas al cine de forma magistral por James Whale y Francis Ford Copolla.