Un objeto cotidiano convertido en símbolo: la maestría de G K Chesterton

Una pobre mujer, por ejemplo, poseía una colcha hecha con retales de uniformes franceses e ingleses de soldados que lucharon en Waterloo. No hay palabras que puedan expresar la poesía de semejante colcha; que puedan expresar todo cuanto hay entretejido en los colores de esa extraña reconciliación. La esperanza y el hambre de la gran Revolución, la leyenda de la Francia aislada, la locura rutilante del Hombre del Destino, las naciones caballerescas que conquistó, la nación de tenderos que no conquistó, su desafío largo y triste, la angustia desesperada de una Europa en guerra con un hombre, su caída semejante a la caída de Lucifer: todo eso estaba en aquella colcha de la pobre anciana que cada noche echaba sobre sus pobres huesos viejos el blasón de un millar de héroes. En su sobrecama dos naciones terribles estaban en paz al fin. Esa colcha debía haber sido izada en un asta muy alta y llevada delante del rey Eduardo y del Presidente de Francia en todos los actos de la Entente Cordiale, y sin embargo pertenecía a un ama de casa pobre que nunca había pensado en su valor.

El Color de España y otros ensayos de G. K. Chesterton

En este pasaje, Chesterton logra una de esas condensaciones poéticas que hacen de su obra un territorio siempre fértil para la reflexión. La escena, aparentemente trivial, de una anciana pobre que posee una colcha confeccionada con retales de uniformes franceses e ingleses de soldados caídos en Waterloo, se convierte en manos del autor en una parábola de Europa misma. Allí donde la mirada superficial vería apenas un objeto doméstico y gastado, Chesterton descubre la grandeza simbólica de toda una historia compartida, con sus dolores, esperanzas y reconciliaciones.

El mérito del escritor reside en su capacidad de elevar lo cotidiano a la categoría de emblema. Esa colcha no es ya un abrigo contra el frío, sino la metáfora tangible de la lucha titánica entre dos naciones que marcaron la modernidad: Francia, con su impulso revolucionario y el genio desmesurado de Napoleón, e Inglaterra, con su flemática resistencia y su carácter mercantil, encarnado en la célebre expresión de “nación de tenderos”. En los pliegues de aquella tela se entretejen, como hilos invisibles, la epopeya, la tragedia y la reconciliación de un continente desgarrado por la guerra.

Chesterton, con su habitual maestría verbal, logra que el objeto humilde trascienda sus límites materiales para convertirse en un estandarte silencioso de paz. Lo que los diplomáticos y monarcas exhiben en ceremonias solemnes, lo había logrado, sin pretenderlo, una mujer anónima con sus manos callosas: unir en un mismo tejido a enemigos irreconciliables. En esta paradoja late el genio chestertoniano: la revelación de lo sublime en lo ordinario, la épica escondida en lo doméstico, la historia universal cifrada en la vida de los pequeños.

Así, la colcha se vuelve poema y heraldo, símbolo de una Europa que, al fin, en la fragilidad de un manto pobre, encuentra la reconciliación que tantas veces se le negó en el fragor de los campos de batalla.