Isabel I de Castilla: la primera feminista española

En el marco histórico de la Europa bajomedieval y renacentista, donde el papel de la mujer estaba estrechamente circunscrito al ámbito doméstico y su participación en la política era, salvo contadas excepciones, marginal, la figura de Isabel I de Castilla (1451-1504) emerge como una rareza en su contexto histórico. Reina por derecho propio, gobernante de un reino decisivo en la configuración de la Europa moderna, promotora de reformas políticas, económicas y culturales de largo alcance, Isabel no solo fue una de las mujeres más influyentes de la historia universal, sino que, bajo la óptica de la historiografía contemporánea, puede considerarse —con todas las cautelas que impone el anacronismo— como una precursora del feminismo en España.

Un acceso al poder contra las estructuras patriarcales

En la Castilla del siglo XV, la sucesión al trono seguía principios donde el hombre gozaba de preferencia y el matrimonio femenino solía implicar la pérdida de autonomía política. Isabel, hija de Juan II de Castilla y de Isabel de Portugal, no estaba destinada inicialmente a gobernar. Sin embargo, tras una compleja serie de disputas dinásticas y el reinado inestable de su hermano Enrique IV, Isabel demostró una capacidad política excepcional: negoció alianzas, aseguró apoyos de la nobleza y, crucialmente, defendió su derecho a reinar en solitario.

El Pacto de Guisando (1468), que la reconocía como heredera, y su matrimonio -clandestino- con Fernando de Aragón (1469) son hitos donde Isabel impuso condiciones insólitas para la época: mantuvo su título de reina propietaria, no consorte, y aseguró que las decisiones de gobierno se tomarían conjuntamente, preservando su soberanía jurídica. En una Europa donde los matrimonios reales solían convertir a las reinas en figuras decorativas, Isabel actuó como un sujeto político autónomo.

Reforma del Estado y autoridad femenina

La imagen de Isabel no es la de una figura pasiva amparada por el prestigio de su esposo. Desde 1474, con su proclamación como reina, impulsó una reforma profunda de las estructuras de gobierno. Reorganizó la Hacienda, creó la Santa Hermandad como cuerpo policial y judicial (un precursor de la policía actual), y redujo el poder de la nobleza. Su capacidad de trabajo, disciplina y conocimiento de los asuntos de Estado fueron alabados por cronistas contemporáneos, muchos de ellos poco proclives a elogiar la autoridad femenina.

El ejercicio de mando de Isabel tuvo un componente simbólico esencial: mostró que una mujer podía no solo ocupar un trono, sino ejercerlo con la misma —o mayor— eficacia que los monarcas varones. Su autoridad no se derivaba de su esposo, sino de su propia legitimidad y talento. Esto rompía un paradigma secular y ofrecía un modelo que, aunque no generó un movimiento feminista en su tiempo (imposible bajo las condiciones culturales del siglo XV), sí dejó un precedente poderoso.

Educación y promoción cultural de las mujeres

Otra dimensión donde Isabel se adelantó a su tiempo fue su defensa de la educación femenina, en particular de las mujeres de la alta nobleza y de su propia descendencia. Formada en humanidades, lenguas y religión, comprendía que el conocimiento era una herramienta de poder. Promovió que sus hijas —Isabel, Juana, María y Catalina— recibieran formación equiparable a la de los príncipes, lo que les permitió desempeñar papeles diplomáticos y políticos en las cortes europeas. Este impulso se extendió a la corte isabelina, que se convirtió en un centro cultural donde mujeres letradas y humanistas, como Beatriz Galindo “La Latina”, ocuparon posiciones de relevancia. Aunque su concepción de la educación femenina estaba enmarcada en los valores cristianos de la época, su convicción de que las mujeres debían instruirse para contribuir al gobierno y a la vida pública supuso un cambio de horizonte en un mundo donde la ignorancia femenina era vista como virtud.

Visión estratégica y dimensión internacional

Isabel no solo consolidó la unidad dinástica con Aragón —que sentó las bases del futuro estado moderno español—, sino que emprendió proyectos de alcance universal. El patrocinio del viaje de Cristóbal Colón en 1492, con todo lo que implicó para la expansión europea, fue fruto de su iniciativa personal y de su capacidad para asumir riesgos políticos y financieros en una empresa que la mayoría de los consejeros consideraba incierta. Este gesto revela otro aspecto de su influencia: su disposición a proyectar su autoridad más allá de los límites tradicionales del reinado, comprometiéndose en políticas de exploración, comercio y diplomacia que transformaron el mapa del mundo. La figura de una mujer que, desde Castilla, incidía en los destinos de continentes enteros resulta excepcional incluso en la escala de la historia global.

Un feminismo temprano, con límites históricos

Es importante subrayar que aplicar el concepto moderno de “feminismo” a Isabel I requiere prudencia. No fue una activista por la igualdad de género en el sentido contemporáneo, ni cuestionó el marco patriarcal de la sociedad castellana. Sin embargo, en su contexto, su vida y obra contenían elementos que, retrospectivamente, la convierten en referente:

- Accedió al poder supremo por mérito propio y lo ejerció con plena legitimidad.

- Redefinió el papel de la reina de Castilla como soberana plena.

- Demostró que la autoridad femenina podía ser eficaz, respetada y duradera.

Estos logros no provocaron de inmediato un cambio estructural en la situación de las mujeres, pero sí dejaron un legado simbólico y político que generaciones posteriores mirarían con admiración. Isabel I no solo fue una de las mujeres más influyentes de su tiempo: fue un modelo de lo que, siglos más tarde, el feminismo reivindicaría como derecho a la autodeterminación, al liderazgo y a la plena participación en la vida pública.

Isabel I de Castilla representa un caso singular en la historia de España y del mundo: una mujer que, en un tiempo hostil a la autoridad femenina, se alzó al trono por derecho propio, gobernó con energía y visión, y dejó una impronta indeleble en la política, la cultura y la expansión europea. Si entendemos el feminismo en su sentido más amplio —la afirmación de la capacidad de las mujeres para ejercer el poder y decidir sobre su destino—, Isabel puede ser considerada como una de sus precursoras. Su reinado no solo cambió la historia de Castilla y Aragón: transformó el lugar de la mujer en el imaginario político occidental, dejando un ejemplo que todavía hoy resuena como símbolo de liderazgo y determinación. Lamentablemente, algunas mujeres que hoy en día se autodenominan feministas ignoran esta figura esencial para entender el auge de la mujer en la sociedad actual.