Lo demás es historia ya conocida: dos millones de vietnamitas muertos bajo bombardeos indiscriminados, selvas arrasadas por la química, miles de huérfanos, 58.000 jóvenes estadounidenses que no regresaron jamás… y los que lo hicieron, marcados para siempre, rechazados por la misma sociedad que los envió a combatir. Las guerras son, sencillamente, un asco.
Hoy, el globalismo atlantista y la industria armamentística presionan para que los países gasten más en armas y ejércitos. La pregunta es sencilla: ¿Cuántas madres españolas estarían dispuestas a sacrificar a sus hijos para “proteger” la integridad territorial de Estonia? Pues eso: las guerras son un asco.
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