La Fábrica Hispano-Suiza de Guadalajara: un pedazo de la historia industrial española

Los orígenes de la fábrica de La Hispano en Guadalajara se encuentran profundamente ligados a la inestabilidad internacional de principios del siglo XX y a la visión estratégica del monarca Alfonso XIII. Durante la Primera Guerra Mundial, la dirección de Hispano-Suiza en Barcelona recibió sugerencias directas del Rey para aumentar su capacidad productiva con el fin de suministrar camiones y material bélico al Ejército Español. La elección de Guadalajara no fue fruto del azar, sino de una necesidad de seguridad nacional; la factoría de Barcelona era considerada vulnerable ante posibles ataques marítimos o incursiones desde la frontera francesa por su proximidad geográfica. En este contexto, el Conde de Romanones, entonces presidente del Consejo de Ministros y figura con fuertes vínculos en la provincia alcarreña, impulsó la idea de nacionalizar esta industria en el corazón de la península. En diciembre de 1915 se autorizaron las gestiones y, a pesar de las dudas iniciales de los accionistas catalanes sobre la rentabilidad de una nueva planta, la promesa de beneficios fiscales y el acceso a mano de obra militar especializada decantaron la balanza. Finalmente, en 1917, se constituyó la sociedad "La Hispano, Fábrica de Automóviles y Material de Guerra", una entidad con capital mayoritariamente barcelonés pero abierta a inversores madrileños y aristócratas. La construcción, dirigida por el ingeniero militar Ricardo Goytre Bejarano, comenzó ese mismo año en unos terrenos cercanos a la estación de ferrocarril y el río Henares, culminando con una fastuosa inauguración el 6 de febrero de 1920 que contó con la presencia de la familia real y el sobrevuelo de escuadrillas de aviación, simbolizando el nacimiento de un polo tecnológico sin precedentes en la meseta.

El funcionamiento y la estructura productiva de la planta de Guadalajara destacaron por una modernidad técnica que, en ciertos aspectos, superaba a la de su matriz en Barcelona. El complejo se asentaba sobre una enorme extensión de terreno y contaba con un edificio de talleres diseñado bajo criterios de vanguardia, donde destacaba su cubierta en diente de sierra con lucernarios orientados al norte para garantizar una iluminación natural óptima. A diferencia de las fábricas de Fiat o Ford de la época, que utilizaban varias plantas, La Hispano se diseñó en una sola altura, facilitando el movimiento de materiales y adelantándose a las tendencias de diseño industrial que se impondrían décadas después. En su interior, el parque de maquinaria era impresionante para la España de la época, con más de 220 máquinas-herramienta, incluyendo tornos automáticos y fresadoras universales de precisión movidas por un complejo sistema de ejes aéreos y poleas. La producción se diversificó en dos ramas principales: la automotriz, centrada en el camión militar 40/50 y el popular automóvil ligero de 8/10 CV conocido como "La Hispano", y la aeronáutica. Esta última sección contaba con su propio aeródromo y estuvo bajo la dirección de ingenieros de renombre como Eduardo Barrón y Vicente Roa, quienes desarrollaron modelos icónicos como el caza Ne-52 y el avión de entrenamiento Hispano E-30. La fábrica llegó a emplear a unos 800 trabajadores, dinamizando por completo una ciudad que apenas alcanzaba los 20.000 habitantes, y aunque mantenía un sistema de montaje artesanal sobre caballetes que limitaba la producción en serie, se convirtió en el referente tecnológico de la región y en una pieza clave para la logística del Ejército durante la Guerra del Rif.

Las causas del cierre y el estado actual del complejo reflejan el declive de un modelo industrial que no pudo adaptarse a los cambios económicos y políticos del periodo de entreguerras. El final de la Guerra del Rif supuso una drástica caída en los pedidos militares, lo que sumado a la falta de una red de ventas eficiente para el mercado civil y a una política arancelaria que protegía más a los vehículos extranjeros que a los componentes importados, asfixió financieramente a la empresa. La crisis de 1929 y la política restrictiva de gastos de la Segunda República terminaron por precipitar la venta de la sección automovilística a Fiat en 1931, que operó brevemente bajo la marca Hispano-Fiat antes de cesar la producción ese mismo año debido a trabas burocráticas. Con el inicio de la Guerra Civil, la maquinaria y el personal especializado fueron evacuados hacia Alicante y posteriormente a Sevilla, donde se refundaría la industria aeronáutica. Tras el conflicto, los edificios de Guadalajara tuvieron usos residuales como talleres de reparación ferroviaria y sede de la empresa Aceros del Henares, hasta que toda actividad cesó definitivamente en 1978. A partir de ese momento, la factoría entró en una fase de abandono absoluto. Un polémico plan urbanístico en 1999 permitió el derribo de las grandes naves de talleres, dejando en pie únicamente el edificio de administración, que hoy se encuentra en un estado de ruina avanzada, vandalizado y devorado por la vegetación. A pesar de estar incluida en la Lista Roja del Patrimonio y de los esfuerzos de estudiantes de la Universidad de Alcalá por promover su transformación en un centro de interpretación, la falta de una protección legal efectiva como Bien de Interés Cultural mantiene a este último vestigio de la industrialización alcarreña al borde del colapso total.