Samogón: el espíritu (literal) de Rusia

Si hay una bebida que encarna el alma rusa —con su mezcla de ingenio, resistencia y un toque de rebeldía— esa es el samogón, el aguardiente casero que durante siglos ha calentado los inviernos del este europeo. Su nombre, que en ruso significa literalmente “autodestilado”, ya dice mucho: el samogón no es un producto de fábrica, sino una tradición que nace en las cocinas, los graneros y los patios de miles de hogares. Con un simple alambique, algo de azúcar, grano, patatas o frutas, y mucha paciencia, los rusos han producido este licor tan potente como simbólico. No hay una receta única: cada familia tiene su propio secreto, heredado y perfeccionado con los años.

Durante el Imperio zarista y la era soviética, el samogón fue tanto un placer prohibido como un acto de independencia. En los años en que el Estado controlaba la producción de vodka y aplicaba impuestos altísimos sobre el alcohol, destilar en casa era una forma de desafiar al poder y de sobrevivir a los fríos más duros. La prohibición solo aumentó su mística: el samogón se convirtió en el licor de los campesinos, de los soldados en el frente y de las celebraciones clandestinas. A veces tosco y ardiente, otras sorprendentemente suave y aromático, este aguardiente casero simboliza la autosuficiencia y el orgullo popular frente a las imposiciones oficiales.

Hoy el samogón vive un renacimiento: ya no se esconde, sino que se reivindica. En Rusia y Ucrania abundan los destiladores artesanales que elaboran versiones gourmet, filtradas y aromatizadas con miel, bayas o hierbas siberianas. Incluso hay bares temáticos y festivales dedicados a esta bebida que, durante siglos, fue sinónimo de resistencia doméstica. Beber samogón, dicen los rusos, no es solo probar alcohol: es brindar por la historia, la familia y el inquebrantable espíritu de hacer las cosas “a tu manera”.