Woods, H. C. & Scott, H. (2016). #Sleepyteens: Social media use in adolescence is associated with poor sleep quality, anxiety, depression and low self-esteem. Journal of Adolescence, 51, 41–49.
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Sleepyteens: el uso de redes sociales por adolescentes se asocia trastornos del sueño, ansiedad, depresión y baja autoestima
La adolescencia constituye un periodo de desarrollo inherentemente turbulento, caracterizado por una elevada vulnerabilidad para el inicio de problemas de salud mental, incluyendo el riesgo de baja autoestima, ansiedad y depresión. Esta vulnerabilidad se cruza con un fenómeno definitorio de la era moderna: la ubicuidad digital. Este concepto denota la presencia omnipresente, constante e ineludible de la tecnología de internet en todos los aspectos de la vida diaria, facilitada principalmente por dispositivos móviles. En el contexto adolescente, la ubicuidad digital se manifiesta en el uso masivo de las redes sociales (como Facebook y Twitter), con más del 90% de los jóvenes conectados y disponibles las veinticuatro horas del día. Esta disponibilidad constante, que permite a los usuarios generar e intercambiar contenido en todo momento, ha suscitado preocupación sobre su impacto en el ajuste psicológico de esta población. Un área de especial interés es el sueño, ya que la mala calidad del sueño es un problema prevalente en adolescentes y es un factor bien establecido que contribuye a la depresión, la ansiedad y la baja autoestima. Las redes sociales poseen características únicas que amplifican esta problemática, a diferencia del uso general de internet: generan alertas entrantes a todas horas, lo que ejerce una considerable presión social para estar siempre disponible y responder de inmediato a mensajes y nuevo contenido. Este imperativo de conexión contribuye a la ansiedad de "perderse algo" (a menudo denominada FOMO, por sus siglas en inglés) y resulta particularmente disruptivo, dado que una gran proporción de adolescentes duerme con su teléfono en la habitación. Las interrupciones de sueño causadas por estas alertas, o la incapacidad de relajarse a la hora de acostarse debido a la preocupación por el contenido perdido, plantean un mecanismo directo a través del cual la ubicuidad digital puede erosionar el bienestar psicológico y el descanso esencial. Por lo tanto, se vuelve crucial no solo medir cuánto tiempo pasan los adolescentes en línea, sino también cómo y cuándo se involucran con estas plataformas.
Para abordar esta cuestión, se llevó a cabo un estudio con el objetivo de profundizar en la relación entre el uso de redes sociales y el bienestar en una muestra de adolescentes escoceses (de 11 a 17 años). La investigación fue pionera al examinar tres facetas del compromiso digital: el uso general de redes sociales (duración y frecuencia total), el uso nocturno específico (uso cerca de la hora de dormir, en la cama o las interrupciones por alertas) y la inversión emocional en las redes sociales (definida como el sentimiento de angustia o desconexión al no poder acceder a ellas). Los adolescentes completaron cuestionarios de autoinforme para evaluar estas variables junto con la calidad de su sueño, la autoestima, la ansiedad y la depresión. Los resultados del estudio establecieron asociaciones consistentes y significativas. Se encontró que los adolescentes que dedicaban más tiempo a las redes sociales —en cualquiera de sus modalidades (general, nocturna o emocional)— experimentaban una peor calidad de sueño, una autoestima más baja y niveles más elevados de ansiedad y depresión. Un hallazgo fundamental fue que el impacto más pronunciado en la calidad del sueño no provenía del uso total durante el día, sino del uso nocturno específico y de la inversión emocional. Específicamente, el uso de redes sociales cerca de la hora de acostarse o durante la noche (por ejemplo, retrasando la hora de dormir o siendo despertado por alertas) se mantuvo como un predictor significativo de una peor calidad de sueño, incluso después de considerar el impacto de la ansiedad, la depresión y la autoestima. Esto sugiere que las conductas digitales alrededor de la hora de dormir (como la exposición a pantallas que interfiere con los ritmos circadianos o el desplazamiento directo del tiempo de sueño) tienen un peso causal importante en la degradación del descanso. Además, la inversión emocional demostró ser el factor más fuertemente asociado con la ansiedad y la depresión. Esto indica que los adolescentes que se sienten fuertemente conectados a sus sitios sociales, experimentando angustia por la falta de acceso, son los que presentan mayor riesgo de experimentar estos síntomas psicológicos, posiblemente debido a la presión constante de estar disponible o al miedo a perderse información social relevante.
A pesar de la solidez de las asociaciones encontradas, es indispensable abordar las limitaciones metodológicas, ya que el diseño del estudio fue transversal. Por lo tanto, los hallazgos demuestran una correlación, pero no permiten establecer la direccionalidad causal. No se puede concluir con certeza si el uso nocturno de las redes sociales causa el mal sueño, o si, alternativamente, los adolescentes que ya sufren de ansiedad o insomnio recurren a las redes sociales durante la noche como una estrategia de afrontamiento o un método para regular su estado de ánimo. Para dilucidar la causalidad, se necesita imperativamente investigación longitudinal que siga a los adolescentes a lo largo del tiempo. Otra limitación señalada fue la falta de inclusión de variables demográficas clave como el género y la edad en algunos análisis, factores conocidos por influir tanto en el patrón de uso de redes sociales como en la salud mental. En el futuro, será vital utilizar medidas objetivas del uso de redes sociales en lugar de depender únicamente del autoinforme. No obstante, las conclusiones de este trabajo tienen implicaciones clínicas y educativas inmediatas. Los hallazgos subrayan que la intervención no debe centrarse únicamente en la duración total de la conexión, sino en el contexto del uso digital. Es fundamental para los padres y educadores fomentar prácticas saludables que promuevan la desconexión a la hora de acostarse. Al reconocer que el uso nocturno y la intensa inversión emocional son los factores de mayor riesgo, las estrategias preventivas deben orientarse a reducir la presión de la disponibilidad constante y a mitigar la ansiedad por la pérdida de contenido, ofreciendo así un camino para mejorar la calidad del sueño y, por ende, reducir la vulnerabilidad a la ansiedad, la depresión y la baja autoestima en esta población crítica.