I. Orígenes y fundamentos ideológicos de Hamás (1987–2000)
Hamás (acrónimo de Harakat al-Muqawama al-Islamiya, o “Movimiento de Resistencia Islámica”) surgió oficialmente en diciembre de 1987, durante el estallido de la Primera Intifada palestina, una revuelta popular contra la ocupación israelí en Gaza y Cisjordania. Su fundador fue el jeque Ahmad Yasin, un clérigo y predicador palestino afiliado a los Hermanos Musulmanes (Ikhwan al-Muslimin), organización islámica nacida en Egipto en 1928. Mientras que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Yasser Arafat mantenía una ideología laica y nacionalista, Hamás se diferenció desde sus inicios por su enfoque islamista, considerando que la liberación de Palestina debía ir acompañada de la instauración de un Estado islámico regido por la sharía. Su Carta Fundacional de 1988 definía a Palestina como “una tierra islámica waqf” (inalienable) y rechazaba explícitamente la existencia de Israel, planteando la yihad (lucha) como deber religioso para liberar el territorio.Durante los primeros años, Hamás combinó dos dimensiones: la asistencia social y la resistencia armada. En el plano social, desarrolló una amplia red de servicios —escuelas, clínicas, orfanatos, organizaciones benéficas y mezquitas— especialmente en la Franja de Gaza, donde el Estado palestino no existía y el control israelí era directo. Esta estructura le permitió ganar legitimidad popular frente a la corrupción y debilidad percibidas de la OLP. En el plano militar, fundó su brazo armado, las Brigadas Izz ad-Din al-Qassam, responsable de ataques contra soldados y colonos israelíes. Durante los años noventa, Hamás se convirtió en el principal opositor a los Acuerdos de Oslo (1993–1995) entre Israel y la OLP, que preveían la creación de una Autoridad Nacional Palestina (ANP) y negociaciones graduales hacia un Estado palestino. Hamás rechazó estos acuerdos, considerándolos una “traición” a la causa palestina. En represalia por Oslo y posteriores atentados suicidas, Israel comenzó una política de represión sistemática contra el movimiento, arrestando o asesinando a muchos de sus líderes, incluido el jeque Yasin en 2004, en un ataque aéreo. Pese a ello, Hamás sobrevivió y se consolidó como la principal fuerza islamista palestina.
II. De la legitimación política a la guerra interna palestina (2000–2014)
El comienzo de la Segunda Intifada (2000–2005) marcó una nueva etapa para Hamás. Con la frustración del proceso de Oslo, el colapso de las negociaciones de Camp David y la muerte de Yasser Arafat, muchos palestinos perdieron fe en la ANP y su partido dominante, Fatah. Hamás capitalizó ese descontento, presentándose como la alternativa incorruptible y resistente. Durante este periodo, el grupo intensificó los ataques suicidas dentro de Israel y lanzó cohetes desde Gaza, lo que aumentó su popularidad entre los sectores que consideraban la resistencia armada como el único medio eficaz. En paralelo, se fortaleció su aparato político y social, ampliando su influencia en Gaza. Tras la muerte de Arafat, y con la presión internacional por democratizar las instituciones palestinas, se celebraron las elecciones legislativas de 2006: contra todo pronóstico, Hamás obtuvo la mayoría absoluta (74 de 132 escaños), venciendo a Fatah. Su victoria fue interpretada como un voto de castigo al viejo liderazgo de la OLP y una señal del peso político creciente del islamismo palestino.
Sin embargo, la victoria electoral de Hamás generó una crisis inmediata. Israel, Estados Unidos y la Unión Europea, que consideran a Hamás una organización terrorista, boicotearon al nuevo gobierno, suspendiendo ayudas económicas y exigiendo tres condiciones: el reconocimiento del Estado de Israel, la renuncia a la violencia y la aceptación de los acuerdos previos firmados por la OLP. Hamás se negó. La tensión entre Hamás y Fatah escaló rápidamente, culminando en una guerra civil palestina en 2007, cuando Hamás tomó el control militar de la Franja de Gaza expulsando a las fuerzas leales a Fatah. Desde entonces, el sistema político palestino quedó dividido en dos entidades rivales: Gaza gobernada por Hamás y Cisjordania bajo la ANP de Fatah. Israel respondió con un bloqueo terrestre, marítimo y aéreo sobre Gaza, argumentando motivos de seguridad, pero generando una crisis humanitaria prolongada. En los años siguientes, se sucedieron varias guerras entre Israel y Hamás (2008–2009, 2012 y 2014), cada una con miles de muertos —principalmente civiles palestinos— y destrucción masiva en Gaza. Pese a las ofensivas israelíes, Hamás mantuvo el control político del enclave y logró reconstruir parte de su infraestructura militar mediante túneles, cohetes de fabricación casera y apoyo externo de países como Irán y Catar.
Durante este periodo, Hamás evolucionó estratégicamente. En 2011, en el contexto de la Primavera Árabe, trató de revisar su imagen internacional, mostrando disposición a aceptar un Estado palestino en las fronteras de 1967, sin reconocer formalmente a Israel. En 2017 publicó un nuevo documento político que suavizaba ciertos elementos de su carta fundacional original, presentándose como un movimiento de liberación nacional y no simplemente islamista global. Sin embargo, Israel y la comunidad internacional consideraron esos gestos insuficientes. La situación humanitaria en Gaza siguió deteriorándose: el desempleo superaba el 50%, la electricidad era intermitente, y el acceso a agua potable y medicinas era limitado. Hamás, pese a su discurso de resistencia, enfrentó crecientes críticas internas por autoritarismo y represión política.
III. Crisis, guerra y proceso de negociación (2014–2025)
Entre 2014 y 2020, Hamás se mantuvo como el poder de facto en Gaza, mientras intentaba equilibrar su autoridad interna con la presión de Israel y Egipto. Durante esos años, hubo varios intentos de reconciliación entre Hamás y Fatah, mediadas por Egipto y Catar, pero todos fracasaron. En 2018 comenzaron las Marchas del Retorno, protestas masivas en la frontera de Gaza exigiendo el fin del bloqueo y el derecho al retorno de los refugiados palestinos. Las fuerzas israelíes respondieron con fuego real, causando cientos de muertos. Aunque Hamás alentó estas movilizaciones, también buscó evitar una guerra abierta. No obstante, las hostilidades se reanudaron en mayo de 2021, cuando Hamás lanzó cohetes hacia Jerusalén tras enfrentamientos en la mezquita de Al-Aqsa; Israel respondió con bombardeos intensos. El ciclo de violencia reforzó la narrativa de Hamás como “defensor de Jerusalén”, aumentando su popularidad relativa incluso en Cisjordania.
El punto de inflexión llegó el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás llevó a cabo el ataque más letal de la historia de Israel: miles de combatientes infiltraron el sur israelí, matando a más de 1.200 personas y tomando unos 250 rehenes. Israel declaró la guerra total contra Hamás, lanzando una ofensiva militar devastadora en Gaza. En cuestión de meses, el enclave quedó prácticamente destruido, con decenas de miles de muertos y más del 80% de la población desplazada. Hamás perdió gran parte de su infraestructura visible, pero sus dirigentes y estructuras clandestinas sobrevivieron. La guerra desató una crisis global sin precedentes, con acusaciones de crímenes de guerra a ambos lados y una presión internacional creciente para un alto el fuego y negociaciones políticas. En 2024 y 2025, mediadores de Catar, Egipto y Estados Unidos lograron acuerdos parciales de tregua y canje de rehenes. En enero de 2025 se firmó un acuerdo de alto el fuego en tres fases, que incluye intercambios de prisioneros, retirada progresiva israelí y reconstrucción humanitaria. Aunque el acuerdo no implica el reconocimiento mutuo ni la disolución de Hamás, ha marcado el primer avance diplomático sostenido en años.
Hoy, en 2025, Hamás sigue siendo un actor central y controvertido del conflicto. A pesar del enorme costo humano y material de la guerra, el movimiento terrorista ha mantenido cierta cohesión y apoyo popular entre sectores palestinos que lo ven como símbolo de resistencia frente a la ocupación. Sin embargo, enfrenta desafíos enormes: la reconstrucción de Gaza, el aislamiento político internacional, la pérdida de capacidad militar, y la necesidad de redefinir su papel en un escenario donde la comunidad internacional exige un liderazgo palestino unificado y moderado. Hamás se encuentra en una encrucijada histórica: o transforma su estructura en una fuerza política civil dispuesta a negociar dentro de un marco diplomático más amplio, o arriesga su desaparición gradual bajo la presión de Israel, de las potencias regionales y del propio pueblo palestino exhausto por décadas de guerra y bloqueo. En última instancia, la historia de Hamás refleja las contradicciones internas del nacionalismo palestino contemporáneo: entre fe y política, resistencia y gobernanza, identidad islámica y pragmatismo político.