El concepto de lumpenproletariado: origen, evolución y vigencia contemporánea

El término lumpenproletariado, a veces traducido al castellano como lumpen proletario o proletariado harapiento, tiene su origen en la tradición teórica del marxismo clásico del siglo XIX y designa a las capas más marginales de la sociedad capitalista. Su etimología procede del alemán Lumpen, que significa literalmente “andrajo” o “harapo”, y Proletariat, “proletariado”; de modo que la expresión evoca, desde su misma raíz, una imagen de desposesión extrema y degradación social. Karl Marx y Friedrich Engels acuñaron el término en el contexto de su análisis del capitalismo europeo industrial, en un momento en que las grandes transformaciones económicas de la Revolución Industrial estaban produciendo masas crecientes de trabajadores urbanos, pero también sectores enteros expulsados del proceso productivo o incapaces de integrarse en él. En obras como La ideología alemana (1846) y, de manera especialmente significativa, El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852), Marx y Engels definieron al lumpenproletariado como esa franja de la población compuesta por mendigos, delincuentes, prostitutas, aventureros y toda suerte de “elementos flotantes” que, sin una posición estable dentro del modo de producción, carecen de conciencia de clase y pueden ser fácilmente utilizados por las fuerzas reaccionarias. En el análisis marxista, el lumpenproletariado representa un residuo del antiguo orden social y un producto de la descomposición del capitalismo, pero no constituye una fuerza revolucionaria en sentido estricto: su precariedad material y moral lo hace susceptible de ser fácilmente manipulado por las clases dominantes contra el proletariado consciente. Marx ilustró esta idea con el caso de los gardes mobiles —una milicia urbana compuesta por desempleados y marginados— que apoyaron el golpe de Estado de Luis Bonaparte en 1851, demostrando que la miseria no genera necesariamente conciencia revolucionaria. Desde su origen, pues, el concepto tiene una fuerte carga negativa: el lumpenproletariado no es la vanguardia del cambio, sino la expresión de la descomposición social del capitalismo.

La evolución histórica del concepto de lumpenproletariado dentro del pensamiento marxista y de los movimientos revolucionarios del siglo XX refleja tanto la diversidad de contextos sociales como las disputas ideológicas en torno al sujeto de la revolución. En el marxismo clásico, figuras como Lenin y Rosa Luxemburgo conservaron la desconfianza hacia este estrato marginal. Lenin, por ejemplo, lo consideraba políticamente inestable, incapaz de disciplina y por tanto inadecuado para sostener una organización revolucionaria. En la Rusia prerrevolucionaria, donde la industrialización era aún incipiente, el lumpenproletariado representaba más bien un obstáculo que una fuerza de transformación. Sin embargo, con el avance del siglo XX y la expansión del marxismo a contextos coloniales o periféricos, el concepto comenzó a ser reinterpretado. Mao Zedong, en el proceso revolucionario chino, reconoció que los marginados urbanos y rurales —bandidos, campesinos sin tierra, desempleados— podían ser ganados para la causa revolucionaria mediante la educación política y la organización comunal. En América Latina, pensadores como José Carlos Mariátegui o movimientos posteriores como el guevarismo y el sandinismo incorporaron esta mirada ampliada, viendo en los sectores excluidos del sistema capitalista dependiente una posible base de apoyo al cambio social. Durante los años sesenta y setenta, en el marco de la teología de la liberación y de los movimientos urbanos insurgentes, la noción de lumpenproletariado adquirió incluso una connotación de rebeldía espontánea. Autores como Frantz Fanon, en Los condenados de la tierra (1961), reinterpretaron el concepto para el contexto colonial africano: el lumpenproletariado urbano —desarraigado, desesperado, pero también libre de los compromisos de la burguesía nacional— podía convertirse en fuerza insurgente contra el imperialismo. Esta evolución teórica y práctica desbordó la concepción estrictamente marxiana, dotando al término de una polisemia nueva: ya no solo símbolo de descomposición, sino potencialmente de resistencia. Sin embargo, esta revalorización siempre fue ambivalente: mientras algunos veían en los marginales un germen de revolución, otros advertían el peligro de idealizar la miseria o de confundir la desesperación con la conciencia política.

En la actualidad, el concepto de lumpenproletariado sigue siendo objeto de debate dentro de las ciencias sociales, la filosofía política y la crítica cultural, aunque ha experimentado una transformación semántica profunda. En un mundo globalizado, marcado por la financiarización de la economía, la precarización del trabajo y la expansión de la economía informal, las fronteras entre proletariado y lumpenproletariado se han vuelto difusas. La figura del trabajador formal, estable y sindicalizado —paradigma del proletariado industrial de los siglos XIX y XX— ha sido sustituida en muchos contextos por la del trabajador precario, subempleado o desempleado crónico. En ese sentido, algunos sociólogos contemporáneos, como Loïc Wacquant o Mike Davis, han empleado el término lumpenproletariado para describir las poblaciones urbanas marginadas de las grandes metrópolis del capitalismo global: habitantes de los suburbios, trabajadores informales, migrantes sin derechos, jóvenes atrapados en economías del delito o de la supervivencia. Sin embargo, en el discurso académico actual, el término ha perdido su tono moralizante y ha ganado una dimensión analítica más neutra: el lumpenproletariado se entiende como resultado estructural de las dinámicas de exclusión propias del capitalismo neoliberal. Así, en lugar de ser un residuo moral o un enemigo del proletariado, el lumpenproletariado contemporáneo representa el síntoma de una economía que produce sistemáticamente población “superflua” o “descartable”. En el campo político, algunos movimientos sociales —desde los piqueteros argentinos hasta los colectivos de economía popular o los movimientos de vivienda en las ciudades del Sur global— han reivindicado a estos sectores como sujetos de dignidad y resistencia, redefiniendo la marginalidad como terreno de organización solidaria. De este modo, el viejo término marxista se reactualiza en clave contemporánea: ya no se trata de los “harapientos” que amenazan el orden desde fuera, sino de los millones de excluidos que encarnan, desde dentro del sistema, sus contradicciones más profundas. El lumpenproletariado del siglo XXI, en suma, ya no es solo un espectro moral ni un instrumento reaccionario, sino una categoría crítica para pensar las nuevas formas de desigualdad, precariedad y resistencia que atraviesan al capitalismo global. ¿Terminaremos la mayoría de los ciudadanos como lumpenproletarios?