Todo el mundo ha experimentado alguna vez el hecho de tener los pies mojados, si a eso unimos las bajas temperaturas, la situación de incomodidad es alta. Ahora imagínate eso en una trinchera durante días, o andando por la selva empapada en grandes caminatas. Esto produce una enfermedad muy dolorosa, que en caso graves podía suponer la pérdida del pie: el pie de trinchera. Veamos en qué consiste.
Contexto histórico y la experiencia de la Primera Guerra Mundial
El pie de trinchera —o trench foot, como se le conoció en los partes médicos de las fuerzas británicas y estadounidenses— emergió como un problema médico de gran magnitud durante la Primera Guerra Mundial. En los frentes estáticos de Europa, donde los soldados pasaban semanas en trincheras embarradas, con botas pesadas de cuero y calcetines de lana empapados, las condiciones para su aparición eran casi perfectas: humedad constante, temperaturas frías pero no heladas, y ausencia de oportunidades para secar los pies. En este contexto, la patología adquirió su nombre y notoriedad. El mecanismo fisiológico era claro incluso para los médicos de la época: la exposición prolongada a la humedad y el frío moderado provocaba una vasoconstricción sostenida en pies y dedos, reduciendo drásticamente el flujo sanguíneo y, con ello, la oxigenación de los tejidos. Al cabo de horas o días, la piel se volvía pálida, cerosa y entumecida; posteriormente aparecían dolor intenso, ampollas y necrosis. En casos severos, la única solución era la amputación. Las medidas de prevención, aunque rudimentarias, se centraban en cambiar calcetines con frecuencia, aplicar grasas protectoras como la lanolina y proporcionar calzado con cierta capacidad de drenaje. Sin embargo, las trincheras de 1914-1918 eran entornos donde esas recomendaciones rara vez podían cumplirse. El pie de trinchera se convirtió, así, en un símbolo no solo de las condiciones inhumanas de aquella guerra, sino también de la importancia logística del cuidado personal y del equipo en combate.El pie de trinchera en la Guerra de Vietnam: un enemigo invisible en la jungla
Medio siglo después, en un escenario radicalmente distinto, la Guerra de Vietnam volvió a poner el pie de trinchera en el centro de la medicina militar, aunque adaptado a un clima y a unas circunstancias operativas muy diferentes. Aquí, el factor determinante no era el frío sino la humedad tropical persistente, con temperaturas que rara vez descendían lo suficiente como para producir hipotermia, pero sí para mantener la piel constantemente macerada. Las patrullas americanas podían pasar días enteros moviéndose entre arrozales, cauces de ríos, zonas de manglar y selvas donde la lluvia, la transpiración y el agua estancada convertían las botas en depósitos de humedad. Incluso con el uso de las jungle boots de lona y cuero, el agua entraba por el empeine o se filtraba desde arriba, empapando calcetines y piel. El resultado era un tipo de “pie de inmersión” tropical: la piel se volvía blanda y blanquecina, se formaban fisuras dolorosas, y los soldados experimentaban hormigueo, pérdida de sensibilidad y dolor punzante al intentar secar o calentar los pies. A nivel logístico, esto suponía un problema grave: un combatiente con pie de trinchera tropical podía perder movilidad, y en una guerra basada en la maniobra ligera y en el contacto súbito con el enemigo, esa merma física era peligrosa para toda la unidad. La prevención se convirtió en un objetivo de instrucción básica: en los manuales de campaña y en las sesiones médicas antes del despliegue se insistía en “mantener los pies secos” como principio cardinal. Esto incluía llevar varios pares de calcetines de repuesto —preferiblemente de lana o mezclas sintéticas que retuvieran menos humedad—, secar los pies en cada parada prolongada, y, cuando era posible, aplicar polvos antifúngicos y desecantes. Sin embargo, en misiones de larga duración o en operaciones bajo monzón, la práctica se quedaba corta frente a la teoría. En muchos casos, las unidades recurrían a improvisaciones: colgar los calcetines húmedos en la parte superior de la mochila para que el sol y el aire los secaran, utilizar “pisadas de descanso” descalzos en puntos seguros, o incluso emplear fuego controlado para evaporar la humedad de las botas durante las noches en base avanzada.