El fragging en Vietnam o cuando los soldados se cansaban de ser carne de cañón

En el crudo escenario de la Guerra de Vietnam, entre la humedad sofocante de la selva y la niebla moral que envolvía aquella contienda, surgió un fenómeno que rompía incluso los códigos no escritos del combate: el fragging. Este término, derivado del uso de granadas de fragmentación (fragmentation grenades), hace referencia al asesinato deliberado de oficiales o suboficiales por parte de sus propios soldados, generalmente mediante el lanzamiento de una granada en condiciones que simulaban un accidente de guerra. En ocasiones, los soldados dejaban una anilla de una granada en la almohada del teniente unos días antes como aviso previo. Aunque se dieron casos aislados en otros conflictos, fue en Vietnam donde esta práctica se volvió particularmente significativa, al punto de adquirir un nombre propio y generar preocupación entre las altas esferas militares. No se trataba de actos de locura momentánea ni de enfrentamientos espontáneos: el fragging respondía, muchas veces, a una protesta silenciosa y desesperada contra la autoridad, la injusticia percibida o la sensación de estar siendo conducidos al matadero por superiores incompetentes o indiferentes. En un conflicto en el que las líneas entre el bien y el mal, entre el enemigo y el aliado, estaban borrosas, esta forma de violencia interna parecía encarnar la descomposición moral que vivía el ejército estadounidense.

Para comprender el fragging, hay que considerar el contexto particular de Vietnam: una guerra larga, impopular, televisada y profundamente divisiva en el seno de la sociedad estadounidense. Muchos de los soldados que fueron enviados a combatir no eran voluntarios, sino reclutas jóvenes, a menudo de clases bajas y minorías étnicas, que no compartían ni el entusiasmo ni los objetivos de la oficialidad. A esto se sumaban oficiales jóvenes, recién salidos de academias, que buscaban ascensos rápidos con tácticas agresivas, midiendo su éxito en número de bajas enemigas más que en la seguridad de sus hombres. En este caldo de cultivo, algunos soldados comenzaron a ver a sus superiores no como líderes, sino como amenazas directas a su supervivencia. Todo teniendo debe proteger la vida de sus soldados, sin arriesgar sus vidas de forma imprudente. Por tanto, no era raro que, tras una misión particularmente suicida, surgiera un rumor entre las filas: "a ese teniente hay que pararlo". Y si la cadena de mando no ofrecía una vía legítima de protesta, algunos tomaban la decisión extrema de eliminar al oficial, generalmente mediante una granada lanzada en medio de la noche. El carácter anónimo de este acto —facilitado por el entorno confuso del combate— hizo que muchas veces los responsables nunca fueran identificados. El fragging se convirtió en un secreto a voces, una advertencia flotante para los mandos que insistían en ignorar el estado emocional de sus tropas.

No existen cifras absolutamente precisas, pero las estimaciones sugieren que hubo cientos de intentos de fragging durante la guerra de Vietnam, y decenas de oficiales y suboficiales murieron de esta manera. El fenómeno tuvo un impacto real sobre la disciplina y la forma de liderar: muchos oficiales, temiendo por sus vidas, empezaron a moderar sus órdenes, a no presionar demasiado, incluso a dormir lejos de las tropas o con protección especial. Se generó una tensión interna que deterioró aún más la eficacia del ejército y alimentó la desconfianza. El alto mando sabía que el problema existía, pero en lugar de atajarlo desde su raíz —la falta de legitimidad del conflicto, la desconexión entre los soldados y los objetivos políticos, el trato desigual dentro del ejército—, lo manejaron con silencio y contención burocrática. Al final, el fragging fue un síntoma extremo de un conflicto que, en su fase final, parecía más una descomposición que una guerra. No se trataba solo de matar al enemigo: era una forma de rechazar una autoridad que ya no merecía obediencia, de recuperar una mínima dignidad, aunque fuera a través de la violencia. En este sentido, el fragging no solo refleja la brutalidad del combate, sino también el colapso de los principios que se suponía justificaban aquella lucha.



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