Dominios y reinos: ordenando la diversidad de la vida

Cuando pensamos en la inmensa diversidad de organismos que pueblan la Tierra, desde bacterias diminutas hasta árboles gigantescos o ballenas azules, surge una pregunta inevitable: ¿cómo organizamos semejante variedad en un sistema coherente? La biología responde a esta cuestión a través de la taxonomía, un esquema jerárquico que clasifica a los seres vivos en categorías de mayor a menor generalidad: dominio, reino, filo, clase, orden, familia, género y especie. Entre todas ellas, los dominios y los reinos ocupan los niveles más altos y, por tanto, más inclusivos. Durante siglos, los naturalistas trabajaron con el sistema de los “reinos” (en el siglo XVIII, Linneo distinguía dos: animal y vegetal; más tarde, en el siglo XIX y XX, se añadieron Fungi, Protista y Monera hasta llegar a cinco reinos). Sin embargo, a finales del siglo XX esta clasificación resultó insuficiente para reflejar la historia evolutiva de la vida. El golpe decisivo vino de Carl Woese, quien en la década de 1970 comparó las secuencias de ARN ribosomal de distintos microorganismos y descubrió que las “bacterias” no eran un grupo homogéneo: había un linaje radicalmente distinto, al que llamó Archaea. Este hallazgo llevó a proponer la categoría superior de dominio, por encima de los reinos, para reconocer la existencia de tres grandes linajes celulares: Bacteria, Archaea y Eukarya. Así, mientras los reinos representan agrupaciones relativamente “cercanas” en términos de complejidad y organización, los dominios marcan las divisiones más profundas de la vida, aquellas que se remontan al último ancestro común universal, hace más de 3.500 millones de años.

Dentro de cada dominio se organizan los reinos, que permiten un nivel de resolución más fino. En el dominio Bacteria, aunque muchas veces en divulgación se hable solo de “bacterias” como un todo, los microbiólogos reconocen varios linajes profundos que podrían equivaler a reinos, como Proteobacteria o Cyanobacteria, con metabolismos y ecologías radicalmente distintos: unas capaces de fijar nitrógeno, otras responsables de la fotosíntesis que oxigenó la atmósfera primitiva. En el dominio Archaea, los reinos clásicos son Euryarchaeota (donde se encuentran metanógenos que producen metano y arqueas halófilas que prosperan en ambientes salinos extremos) y Crenarchaeota (adaptadas a aguas termales y fuentes hidrotermales). El dominio Eukarya es el más familiar para nosotros, porque en él se incluyen los organismos con células dotadas de núcleo y orgánulos membranosos. Allí encontramos los reinos clásicos: Animalia, Plantae y Fungi, a los que se añade el vasto y heterogéneo conjunto de los protistas. Sin embargo, los avances en biología molecular han demostrado que “Protista” no es un grupo natural, sino un cajón de sastre para organismos unicelulares muy diferentes entre sí. Hoy en día, muchos biólogos prefieren hablar de supergrupos eucarióticos como Archaeplastida (plantas y algas verdes), SAR (Stramenopiles, Alveolata, Rhizaria) o Excavata, cada uno de los cuales podría considerarse un reino. Lo importante es entender que la categoría de reino es más flexible y está sujeta a revisiones conforme avanzan nuestras herramientas filogenéticas, mientras que el concepto de dominio es más estable, porque refleja divisiones extremadamente antiguas en la historia de la vida.

Esta jerarquía entre dominios y reinos no es solo una cuestión de nomenclatura, sino que refleja niveles de divergencia evolutiva. El paso de dominio a dominio equivale a saltos de miles de millones de años y a diferencias profundas en la estructura celular, la bioquímica y la organización genética. Por ejemplo, las bacterias y las arqueas son ambas procariotas (carecen de núcleo), pero difieren en la composición de sus membranas, en sus enzimas clave y en su maquinaria de replicación del ADN, hasta el punto de que probablemente divergen desde hace más de 3.000 millones de años. En cambio, las diferencias entre reinos dentro de un mismo dominio son más recientes y se manifiestan en adaptaciones funcionales: los hongos y los animales, ambos eucariotas, comparten una historia común que se separó hace unos 1.000 millones de años, mientras que las plantas divergieron aún antes, al conquistar la fotosíntesis a través de la endosimbiosis con cianobacterias. Desde esta perspectiva, los dominios representan las ramas maestras del árbol de la vida, y los reinos son ramificaciones gruesas que ordenan la diversidad dentro de cada dominio. Comprender esta relación no es un mero ejercicio académico: ayuda a interpretar la evolución, a contextualizar la biotecnología (pues muchos procesos industriales dependen de enzimas bacterianas o arqueanas) y a orientar la búsqueda de vida extraterrestre. Si en un exoplaneta encontráramos organismos con bioquímica diferente a la de nuestros tres dominios, estaríamos ante algo más radical que un nuevo reino: sería la prueba de un dominio completamente distinto, un linaje independiente de la vida tal como la conocemos.