El Árbol del Ahorcado (1959): el western crepuscular que se adelantó a su tiempo

Ayer volví a ver en televisión una película que llevaba años sin revisitar: El Árbol del Ahorcado (The Hanging Tree, 1959), dirigida por Delmer Daves y protagonizada por Gary Cooper, Maria Schell, Karl Malden y Ben Piazza. Es un western que, aunque en su momento pasó algo más desapercibido frente a otros títulos del género, con el tiempo ha adquirido un lugar destacado dentro de la evolución del cine del Oeste. En parte porque combina los elementos clásicos de la epopeya americana —la fiebre del oro, el asentamiento en tierras hostiles, la violencia como norma social— con una hondura psicológica y moral que anticipa los tonos más oscuros y crepusculares que llegarían al western de los años sesenta y setenta.

El filme se sitúa en Montana, en plena fiebre del oro de mediados del siglo XIX. La sociedad retratada es un campamento minero, un lugar de codicia y tensiones, donde la ley está ausente y la justicia depende de la turba o del individuo más fuerte. Allí llega el doctor Joseph Frail (Gary Cooper), un médico con un pasado turbio que busca rehacer su vida en medio de ese caos. Su figura es contradictoria: un hombre en apariencia frío y dominante, pero también capaz de actos de generosidad y protección. Desde su primera aparición, el espectador percibe que Frail esconde una herida, un secreto que lo consume. Esa dualidad será el motor de la trama y lo que convierte a El Árbol del Ahorcado en una película fascinante, más cercana al drama moral que a la simple aventura del Oeste.

Delmer Daves: un director que entendió la frontera como conflicto moral

Delmer Daves no es el nombre más popular del western clásico —quizá eclipsado por John Ford, Howard Hawks o Anthony Mann—, pero su aportación es esencial. Director de La flecha rota (1950), una de las primeras películas de Hollywood en tratar con respeto a los nativos americanos, y de El tren de las 3:10 (1957), un clásico del western psicológico, Daves se caracterizó por dotar al género de una dimensión más humanista y menos maniquea. En El Árbol del Ahorcado refuerza esta línea, construyendo un relato donde el escenario del Oeste no es tanto una tierra de oportunidades como un espacio de prueba moral.

La película está basada en un relato corto de Dorothy M. Johnson, autora también de la historia que inspiró El hombre que mató a Liberty Valance (1962). Johnson, una de las voces femeninas más sólidas del western literario, aportaba ya en sus textos una visión desencantada de la violencia y del heroísmo. Ese trasfondo se percibe en el guion de El Árbol del Ahorcado, que no se centra en la expansión territorial ni en la epopeya fundacional de América, sino en los dilemas éticos de un individuo enfrentado a su propio pasado y a una comunidad que oscila entre la admiración y el linchamiento.

Gary Cooper: el último gran papel de un mito

El gran atractivo de la película reside en la interpretación de Gary Cooper como el doctor Frail. A sus 58 años, Cooper rodaba aquí uno de sus últimos papeles relevantes, pocos meses antes de que el cáncer lo apartara de la pantalla y de la vida (falleció en 1961). Su presencia, ya marcada por la enfermedad, dota al personaje de una fragilidad latente, aunque todavía revestida de autoridad y carisma. Frail es un hombre que domina a los demás, que impone respeto con una sola mirada, pero cuya vulnerabilidad se intuye en cada gesto.

El personaje encarna a la perfección la dualidad de Cooper en pantalla: el héroe íntegro de Solo ante el peligro (1952), pero ahora teñido de sombras y contradicciones. La escena en la que salva de la horca a Rune (Ben Piazza), un joven ladrón, imponiéndole como condición ser su sirviente, muestra la ambigüedad del personaje: ¿es un acto de compasión o de dominio? Del mismo modo, cuando acoge a Elizabeth (Maria Schell), una joven suiza acosada tras haber sobrevivido a un ataque, Frail actúa como protector y médico, pero también como un hombre marcado por el deseo y el miedo al compromiso.

Lo notable es cómo Cooper, con su estilo sobrio, logra que el espectador nunca sepa del todo si Frail es un redentor o un tirano. Esa tensión moral, sostenida por la economía de gestos de Cooper, convierte al personaje en uno de los más complejos de su carrera.

Una comunidad sin ley: violencia, codicia y linchamiento

El western siempre ha sido un género sobre la construcción de comunidades en territorios salvajes. En El Árbol del Ahorcado, la comunidad minera representa lo peor del instinto humano: codicia desatada, hostilidad hacia el extranjero, misoginia y justicia sumaria. Karl Malden, en un papel inquietante, interpreta a Frenchy, un buscador de oro que encarna esa violencia sin control y que intenta abusar de Elizabeth, desencadenando uno de los conflictos centrales de la trama.

La amenaza del linchamiento planea sobre toda la película. No es casual que el título aluda al árbol que preside el campamento, símbolo de la justicia de la muchedumbre. Ese árbol, que se convierte en un recordatorio constante de la fragilidad de la vida en el Oeste, funciona como metáfora de la moral ambigua del relato: puede ser el instrumento de castigo arbitrario, pero también el lugar de la posible redención final.

La mirada femenina y la redención amorosa

La presencia de Maria Schell como Elizabeth aporta un matiz inusual en el western clásico. Schell, actriz suiza con un aura de ternura y luminosidad, ofrece un contrapunto al clima áspero de la fiebre del oro. Su relación con Frail no es un simple recurso romántico, sino una vía para explorar la posibilidad de redención. Elizabeth, que ha perdido a su padre en un ataque, representa la inocencia en medio del caos, pero también una fuerza moral que pone en evidencia la vulnerabilidad del doctor.

La historia de amor entre ambos, aunque discreta en gestos y palabras, sostiene la segunda mitad de la película y prepara el clímax final: cuando la turba amenaza con colgar a Frail bajo el mismo árbol que da título al filme, será Elizabeth quien interceda para salvarlo. De este modo, la película se resuelve no en la violencia, sino en la compasión, un desenlace inusual en un género dominado por los duelos y la sangre.

Estética y legado

Visualmente, El Árbol del Ahorcado destaca por su uso de los paisajes de Montana (rodados en realidad en el estado de Washington), que transmiten tanto la belleza natural como la dureza de la vida en la frontera. Daves filma con una cámara sobria, evitando el espectáculo grandilocuente de Ford, pero centrándose en la intimidad de los personajes. La música de Max Steiner, autor de partituras míticas como Lo que el viento se llevó y Casablanca, aporta un tono lírico y melancólico, con una canción principal —interpretada por Marty Robbins— que se convirtió en un éxito popular y que resume el espíritu trágico de la historia.

Con el tiempo, la película ha sido reivindicada como un western adelantado a su época. En sus dilemas morales y en su crítica al linchamiento anticipa obras posteriores como El sargento negro (1960) o incluso los westerns revisionistas de los setenta. Hoy puede verse como un puente entre el clasicismo del género y su evolución hacia un cine más adulto y desencantado.

Conclusión

El Árbol del Ahorcado es mucho más que un western de 1959: es una meditación sobre la culpa, la redención y la fragilidad de las comunidades humanas. Gary Cooper, en uno de sus últimos grandes papeles, ofrece un personaje memorable, contradictorio y profundamente humano. Delmer Daves demuestra, una vez más, que el western podía ser un vehículo para hablar de dilemas éticos universales y no solo de pistolas y caballos.

Revisitarla hoy no solo es un placer cinéfilo, sino también una oportunidad para recordar que el género, lejos de ser monolítico, ha sido siempre un terreno fértil para la exploración de lo humano. Y en esa frontera entre el bien y el mal, entre la justicia y la barbarie, El Árbol del Ahorcado sigue siendo un hito, quizá menos celebrado que otros, pero igualmente imprescindible.