Su historia no es la del romance imposible, sino la del instinto de supervivencia y la ironía cruel de la discriminación. Un relato que pasó más de un siglo olvidado, sepultado bajo papeles de inmigración y el silencio de las víctimas, hasta que recientemente fue rescatado por historiadores y documentales.
Noche de hielo y silencio
La madrugada del 15 de abril de 1912, el Titanic agonizaba tras chocar con un iceberg. En la confusión de cubierta, en la histeria de botes salvavidas abarrotados y de pasajeros luchando por un hueco para salvar sus vidas, un grupo pequeño de hombres chinos —ocho en total— buscaba su salvación. Viajaban en tercera clase, con destino a Nueva York, probablemente contratados para trabajar en barcos de carga en América o el Caribe. Entre ellos estaba Fang Lang. Cuando el transatlántico cedió a la presión del agua helada, la mayoría de los que aún quedaban a bordo cayeron al mar. Fang no encontró un bote, pero sí un pedazo de madera lo bastante grande para mantenerlo a flote. Se aferró a él con todas sus fuerzas, el cuerpo entumecido, los músculos tensos contra el frío letal del Atlántico Norte. No gritó. No se movió.Horas más tarde, el oficial Harold Lowe, a cargo del bote número 14, lo encontró. Lowe había tomado la decisión inusual —y arriesgada— de volver hacia el campo de cadáveres y náufragos para intentar rescatar a quien todavía respirara. En esa vuelta, entre cuerpos inmóviles, divisó una figura que aún estaba viva. Era Fang Lang, flotando boca arriba, atado a su improvisada balsa. Lo subieron a bordo, envuelto en mantas.
El milagro no terminó ahí: en cuanto recuperó un poco de calor, Fang no se derrumbó en el fondo del bote. Se levantó y comenzó a remar junto a los demás, ayudando a dirigir la embarcación hacia el Carpathia, el vapor que horas después acogería a los supervivientes.
Un sobreviviente invisible
Al llegar a Nueva York, Fang Lang y sus compañeros chinos no recibieron la bienvenida que tuvieron otros pasajeros. La Ley de Exclusión China de 1882 estaba en vigor: una norma que prohibía la entrada de trabajadores chinos a Estados Unidos y que autorizaba su expulsión inmediata, incluso en casos extraordinarios como este. Esto denota una terrible deshumanización, tan típica del mundo anglosajón que ahora lo domina casi todo.Mientras las damas de primera clase eran entrevistadas por la prensa y los nombres de los caballeros rescatados circulaban en los periódicos, Fang y los demás fueron detenidos y deportados en menos de 24 horas. No hubo tiempo para dar su versión de los hechos, ni para figurar en las narraciones heroicas de la tragedia. El destino los envió directamente a Cuba, y de ahí, probablemente, a trabajar en rutas marítimas donde los marineros chinos eran contratados por su resistencia y pericia.
En los listados oficiales de supervivientes del Titanic, sus nombres aparecieron apenas, a veces mal transcritos, sin detalle alguno. No hubo fotografías ni entrevistas, solo un silencio administrativo que borró sus rostros de la memoria colectiva.
Del olvido al cine
La historia habría quedado enterrada para siempre si no fuera por el empeño de investigadores como Steven Schwankert, que comenzó a rastrear a los “Seis Chinos”, título que acabaría dando nombre al documental The Six (2020). El equipo encontró registros, testimonios indirectos y, sobre todo, la pieza más llamativa: el rescate de Fang Lang en circunstancias que coincidían inquietantemente con la famosa escena de Titanic.
Cuando James Cameron conoció el caso, lo reconoció como una de las fuentes de inspiración para el clímax de su película. Incluso llegó a rodar una secuencia en la que un personaje sobrevivía sobre un panel flotante, pero terminó descartándola para no dispersar el foco narrativo de Jack y Rose. Sin embargo, en entrevistas posteriores, Cameron admitió que la historia real le había fascinado: la idea de un hombre aferrado a la vida, solitario en la inmensidad del océano, encarnaba el núcleo emocional que buscaba transmitir.
La otra cara del heroísmo
Lo que hace más potente la historia de Fang Lang no es solo su supervivencia, sino la ironía que la acompaña. En el imaginario popular, sobrevivir al Titanic es un símbolo de suerte, de haber escapado de la muerte más famosa del siglo XX. Pero para Fang, esa suerte duró menos de un día. La ley que lo expulsó —fruto del racismo institucionalizado contra los inmigrantes chinos— fue implacable.
Mientras otros supervivientes recibían apoyo financiero, alojamiento temporal y cobertura mediática, él y sus compañeros fueron tratados como intrusos ilegales. En cierto modo, sobrevivieron dos veces: primero al océano, luego al peso de un sistema que no los quería. La exclusión no les robó la vida, pero sí les arrebató la posibilidad de contarla.
El eco en el presente
Hoy, más de un siglo después, la figura de Fang Lang emerge no solo como el “Jack chino” que inspiró a Hollywood, sino como un símbolo de memoria histórica. Su caso nos recuerda que la tragedia del Titanic no fue la misma para todos sus pasajeros: las diferencias de clase, raza y nacionalidad marcaron el destino de cada superviviente tanto como el iceberg.
La recuperación de su historia ha permitido ampliar la narrativa más allá de los salones de primera clase y los violines en cubierta. Nos invita a mirar a quienes flotaban, casi invisibles, en los márgenes de los relatos oficiales. En el caso de Fang, nos deja una imagen potente: la de un hombre tendido en una tabla, rodeado de muerte, que, al recuperar el aliento, toma un remo y sigue adelante.